Resumen de La Torre del Elefante de Robert Howard - Parte III

Resumen de La Torre del Elefante

Parte III

Robert Howard


Se fueron a la base de la torre entonces, Taurus desenrolló la cuerda que estaba hecha de pelo humano de la cual en un extremo tenía un gancho metálico, y la comenzó a hacer girar mientras Conan agudizaba su sentido de la audición por si los guardias venían, hasta que el nemedio lanzó la cuerda que se enganchó en la cima al primer intento, pero Conan en ese momento en lugar de felicitar a su socio dio media vuelta por alerta de su sexto sentido, y vio a un silencioso león que cargó, frenándolo con su espada en un movimiento casi de reflejo, cayendo el felino encima del cimmerio, muerto.


Al incorporarse, el cimmerio dijo que le pareció extraño que el león atacara sin rugir, y el nemedio le dijo que de esas bestias que de día descansaban en una fosa subterránea, seguro aquel era el último. Luego, ante la duda de Conan, Taurus le aseguró que su cuerda de pelo humano podía aguantar tres veces su peso, así que podía confiar en que no se rompería al escalar. Comenzaron entonces en silencio a ascender, el nemedio primero, y el cimmerio detrás maravillándose de las piedras preciosas incrustadas en la pared, las cuales centellaban ante la luz de la Luna, pero Taurus lo motivó a seguir pues la joya que robarían valía más que todos los demás tesoros de la torre juntos, y de ese modo llegaron a la cima.


Examinaron el lugar, y vieron una especie de habitación con una puerta en la cima construida del mismo material de la torre. Taurus enrolló la cuerda y luego con cautela abrió la puerta, y como al otear el interior no detectaron señales de vida, le dijo a Conan que hiciera guardia en el borde de la torre espiando si había movimientos de soldados en los jardines mientras él exploraba dentro, cerrando la puerta tras de sí.


Conan fue a ver y no vio movimiento en los jardines, momento en que tuvo dudas sobre las intenciones de su socio, ante las cuales volvió a la puerta y escuchó al llegar un grito agónico en su interior. Acto seguido la puerta se abrió, y salió Taurus tambaleándose y desplomándose a sus pies apretándose la garganta. No vio a nadie tras del nemedio, por lo cual se agachó a comprobar el estado de Taurus, y vio que el Príncipe de los Ladrones, había muerto.


Especuló Conan que el nemedio murió sin saber qué lo abatió al igual que los leones en el jardín, y al examinar bien el cadáver vio en los hombros de Taurus unas pequeñas incisiones profundas, especulando que tal vez fueron dardos envenenados, pero con dudas, pues de ser así los dardos deberían estar aún clavados. Se levantó y fue a la puerta, entró, y vio que la habitación estaba llena de tesoros pero sin señas de vida, y al fondo había un corredor del cual seguro provino lo que abatió al Príncipe de los Ladrones. Comenzó a recorrer la habitación, no había sillas ni mesas, sólo joyas y más riquezas de las que jamás había visto. Siguió avanzando empuñando su espada, cuando se percató del movimiento de una sombra en aquella habitación iluminada por el brillo de las joyas. Por instinto se hizo a un lado de un salto, lo cual le salvó la vida, pues algo le lanzaron y hubiera muerto de no moverse, pero gracias a su felino instinto sólo le salpicaron unas gotas que ardían. Se giró, y vio que se trataba de una araña negra, pesadillesca, y gigantesca como del tamaño de un cerdo, de ocho patas peludas y cuatro ojos que expresaban inteligencia y colmillos que arrojaban veneno mortal. Era, el asesino de Taurus, el guardián de las salas superiores que ni él ni el nemedio tenían previsto encontrar. La araña lo volvió a atacar, y el cimmerio la esquivó con un rápido movimiento, contratacando de inmediato con un golpe de espada cercenándole una de sus patas, provocando aquello que la araña se alejara rápido y subiera por la pared hasta el techo, desde donde lo comenzó a observar con sus diabólicos ojos rojos.


De súbito la araña le lanzó una hebra de una sustancia gris y pegajosa que Conan esquivó, y al entender que la araña lo pretendía atrapar en sus telas, corrió hacia la puerta, pero la araña alcanzó a arrojarle una hebra que lo alcanzó, pero el cimmerio no se atrevió a cortarla temiendo que su espada quedara atrapada en la pegajosa tela. La araña comenzó a lanzarle más de sus telas gruesas como sogas que Conan intentó esquivar como pudo, sabedor que tarde o temprano estás lo envolverían como a un capullo, hasta que cayó al intentar saltar debido a una hebra que aprisionó su tobillo, momento en que la araña comenzó a descender del techo para acercarse a él y terminar el trabajo, cuando casi por reflejo Conan improvisó tomando uno de los cofres con joyas y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia la araña acertando y aplastándola contra la pared, la cual murió entre una baba verdosa que expulsó de su interior en todas direcciones.


Conan oteó a su rededor, y al asegurarse que no había una segunda araña ni otro monstruo procedió a liberarse de las telas de araña, lo cual no fue sencillo por lo pegajosas que eran, pero lo consiguió al final. Entonces se dirigió hacia el corredor interior, expectante de lo que encontraría al comenzar a bajar por aquella Torre del Elefante…




Resumen de Alberto Salgado.

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