Sombras Rojas
Parte V
Robert Howard
Kane asumió aquello como una ilusión, pues los Ãdolos no hablan, y desentendiéndose del fenómeno preguntó por dónde huyó Le Loup. N’Longa que era el único que entendÃa su idioma, repitió su pregunta en la lengua local, ante lo cual mientras un nativo le entregaba su espada a Kane, varias manos apuntaron en una dirección, a la cual Kane se dirigió corriendo.
Era brumosa la noche, y la Luna perfilaba sombras intimidantes entre la selva, por donde Kane corrió sin vacilar, y tras él los tambores habÃan vuelto a sonar por la caÃda de Songa y el alzamiento de N’Longa.
Kane avanzaba cuestionándose si lo que presenció era real o no, pues vio a un muerto reanimarse para matar a Songa y luego volver a morir, y a N’Longa morir y luego revivir. Cómo era posible aquello, ¿Realmente N’Long envió su alma o esencia vital a través del vacÃo apoderándose de un cadáver para luego volver a su propio cuerpo?, y de ser lo que presenció real, ¿Cómo adquirió el secreto para gobernar la vida y la muerte?, trascender las limitaciones fÃsicas del cuerpo.
Siguió iluminado por la Luna cuestionándose lo sucedido, hasta que de golpe se detuvo al entrar en un claro y ver a Le Loup en medio, esperándolo. Le dijo el villano que no deberÃa haber huido, pero no lo pudo evitar al ver lo que hizo ese hechicero de N’Longa. Ante el silencio del puritano, prosiguió Le Loup, diciéndole que el largo camino acababa allÃ, la persecución por el mundo acababa en ese lugar, pues sólo uno de los dos abandonarÃa el claro donde se encontraban con vida.
De ese modo se inició un duelo a muerte, en el cual Le Loup demostró cualidades que tiempo atrás en la guarida no desplegó, empuñando firme su espada y blandiéndola con velocidad relampagueante, demostrando el francés que poseÃa la capacidad de vencer en duelo a cualquiera, pero, frente suyo, no habÃa un cualquiera, sino, ¡Salomone Kane!
Fintas, estocadas, paradas, un duelo de dos fierros espadachines se suscitó, buscando los duelistas ventajas en cada movimiento, pero se diferenciaban en que Kane se batÃa serio y frÃo, mientras Le Loup como el fuego maldiciendo a su rival.
Le Loup hirió a Kane, pero las heridas y sangre no limitó la rasmia de Kane, hasta que cuando Le Loup asumÃa su triunfo, con un rápido movimiento el puritano lo alcanzó provocando la caÃda del villano.
Llegó a Kane en ese momento la misma sensación de cuando ajusticiaba a un villano, de futilidad, como si con su muerte no hubiera obtenido la justicia por los crÃmenes cometidos por el ajusticiado. En ese momento, cometió uno de los pocos errores de su vida, al ir a un pequeño arroyo cercano, y el error, fue hacerlo desarmado dejando su espada clavada en la hierba, cometido en parte por la pérdida de sangre producto de una profunda herida que Le Loup le propinó, y por otro lado por lo confundido que se sentÃa aún por haber presenciado la hechicerÃa de N’Longa. Y sucedió mientras se lavaba las heridas y se las vendaba con tiras arrancadas de su propia ropa, que de entre los árboles cercanos apareció un hombre fornido a quien reconoció como Gulka, el matador de gorilas, quien venÃa a buscar satisfacción por el mal momento que el blanco lo hizo pasar, y el blanco, Kane, estaba desarmado, no en condiciones de defenderse, pero aún asÃ, comenzó a reunir fuerzas y a estudiar posibilidades.
Gulka avanzó lentamente, como jugando con su vÃctima, asiéndola sentir temor antes de ir a por ella, cuando de pronto se detuvo y se volteó hacia una dirección porque sintió una presencia. Kane distinguió una sombra más negra que las sombras de la jungla en aquella dirección, un horror agazapado, hasta que la sombra penetró en el claro dejando a Kane y Gulka impávidos de asombro. Era un ser alto como un humano, pero inhumanamente ancho y fornido, con brazos colgando junto a sus deformes pies… y era, un gorila.
El gorila no se fijó en Kane, sino que se abalanzó directamente hacia Gulka, quien con su lanza se dispuso a defenderse del gorila, pero este envistió apartando su lanza a un lado y cebándose en la humanidad de Gulka, movimiento en el cual se escuchó un sonido de fractura, y Gulka cayó inerte a tierra.
Kane observaba atónito la escena, sin esconderse, pero el gorila no le prestó atención, sino sólo observaba a su vÃctima muerto en el suelo con postura triunfal sobre él. Sin embargo, influido por un instinto de venganza no satisfecho, se inclinó el gorila sobre Gulka y lo alzó de sus extremidades, arrastrándolo hacia unos árboles, donde lo lanzó entre las ramas quedando su cuerpo atravesado en una rama gruesa y rota. La luz de la Luna bañó al gorila, mientras observaba a su vÃctima empalada en la rama, y tras unos instantes esta se retiró fundiéndose en las sombras de la jungla, demostrando con eso al ignorar a Kane que sus acciones fueron de carácter vengativo equivalente al de un humano… ¿Vengativo?, sÃ, pues el gorila empalado en la aldea era una hembra, y seguro aquel gorila macho en aquel momento cobró una satisfacción con Gulka por el asesino de aquella hembra.
Tras unos instantes cuando Kane salió del aturdimiento por la escena que contempló, fue a buscar su espada, y tras contemplar una última vez el cadáver tendido de Le Loup en el suelo y el de Gulka empalado en un árbol, mientras a lo lejos los tambores continuaron sonando, emprendió el camino hacia la costa donde el barco lo esperaba.

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