Resumen de Sombras Rojas de Robert Howard - Parte II

Sombras Rojas

Parte II

Robert Howard


Consultó Le Loup entonces, curioso por saber la razón de la manía del puritano hacia él y los suyos, por qué acosaba a su banda, y cómo mató a sus camaradas en la choza del ermitaño.


Contestó Kane primero la segunda pregunta, diciendo que él mismo hizo correr el rumor de que aquel ermitaño tenía oro. Preparó en consecuencia una trampa de pólvora bajo el suelo de la morada con mecha y pedernal que se activaba desde los árboles, y allí aguardó hasta cuando sus hombres picaron en la trampa. De ese modo al entrar los rufianes en la morada, al encender la mecha hizo estallar la choza y a trece pecadores con ella, y el otro, el catorceavo que quedó haciendo guardia fuera de la casa, lo dejó vivir para que su rastro lo trajera hasta su guarida. Y la razón, “contestando ahora la primera pregunta”, se debía a que días atrás ellos asaltaron una aldea valle abajo, de donde una niña intentó escapar, pero él la cogió y acabó con ella. Y que él la encontró agonizando, y cuando le contó la razón de su desgracia, al morir la doncella, juró vengarla.


Le Loup le dijo que si se trataba de un asunto de amor, no estuviera celoso pues había muchas mujeres en el mundo. A lo cual el puritano enfadado lo hizo callar diciéndole que nunca había en su vida torturado a alguien, pero sus palabras lo tentaban a hacerlo. Le Loup guardó silencio ante la advertencia, y luego le preguntó si esa mujer era su novia, pregunta ante la cual Kane le dijo que nunca la había visto antes en su vida, lo cual dejó perplejo a Le Loup, pues no entendía su motivación de venganza por el agravio a una víctima desconocida. Acto seguido le dijo el villano que poseía la fortuna equivalente a un emperador, y en consecuencia invitándolo a abandonar sus ánimos de satisfacción, le ofreció dividirlo entre ambos y luego separar sus caminos para siempre. Kane molesto ante la oferta de Le Loup, lo invitó a no confundirlo con un villano de su calaña, ante lo cual Le Loup le dijo que no lo consideraba de su misma calaña, sino le ofrecía aquel acuerdo puesto que él no era ningún tullido ni un débil como sus camaradas que ya había matado, por lo cual si lo intentaba ajusticiar en duelo, o no lo conseguiría, o le costaría más de lo que tenía pronosticado.


Kane no quiso seguir con la absurda conversación, así que se abalanzó sobre su presa, mientras Le Loup saltó ágilmente hacia atrás golpeando la mesa donde estaba la vela dejando en consecuencia la guarida en oscuridad… oscuridad ante la cual Kane, debido a no conocer las dimensiones de la guarida, no se pudo batir contra el rufián, y tras encontrar la vela tanteando, al encenderla comprobó que estaba solo en la guarida, Le Loup se le había escapado.



Pasado un tiempo, la pista de Le Loup llevó a Kane a las costas de África. Al acercarse en un bote impulsado por remeros africanos, entre la jungla escuchó tambores, y al consultarle a quien dirigía a los remeros si aquel era el lugar correcto, este le respondió que sí, que en esas costas había hace algunos días desembarcado un blanco de aspecto correspondiente al de Le Loup. Al escuchar aquello, le dijo Kane que lo esperara siete días, y que si tras ese tiempo no había vuelto ni tenía noticias de él, libre era de irse y olvidarse de su existencia. Y tras aceptar el convenio el marino, se despidieron, y Kane puso sus botas en tierra firme.


El bote comenzó a volver al barco que estaba anclado no muy lejos, y Kane con su espada en una mano y su cuchillo en la otra se dispuso a adentrarse en la jungla. Sabía que había una aldea cercana, y quería llegar a ella de noche al amparo de la oscuridad, para en caso que estuviera allí Le Loup no alcanzara a escapar como lo haría al verlo acercarse de día.


Avanzó con felinos rápidos movimientos, pero al adentrarse en la jungla se vio inmerso en una oscuridad total teniendo que avanzar tanteando entre los árboles, y cada tantos pasos topándose con sus pies con cosas vivas, seguro ratas o reptiles, de lo cual no se podía cerciorar por la oscuridad además del sonido de los tambores que mimetizaban todo otro sonido, hasta que abandonó la selva y se hizo a un camino, desde el cual más allá entre los árboles se filtraba el resplandor de los fuegos de un poblado, ante lo cual comenzó a recorrer rápidamente el sendero avanzando silencioso con la espada extendida hacia adelante, oteando felinamente la oscuridad entre los árboles a ambos lados del camino, avanzando como un fantasma por una senda de tinieblas, cuando su sexto sentido le indicó que alguien estaba detrás suyo, pero no alcanzó a darse vuelta cuando desfalleció por un contundente golpe que recibió en su cabeza…




Resumen de Alberto Salgado.

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