Resonar de Huesos
Robert Howard
Dos hombres en Alemania están frente a una taberna en el Bosque Negro, un edificio bajo y de madera, ventanas trancadas, y en la puerta un letrero que dice, “La Calavera Hendida”. Tras golpear, abrió la puerta un viejo barbudo de ojos rojizos quien con desgano los invitó a pasar preguntando sus nombres, contestando uno, Salomon Kane, un puritano inglés de ropas oscuras y rostro lúgubre, y el otro, Gastón Larmon, un francés de ropas elegantes aunque ajadas. Los invitó el tabernero a sentarse y se marchó, al poco regresó con vino y comida, y retrocedió hacia las sombras pues la sala estaba sólo iluminada por unas débiles velas. Gastón consultó si tenÃa muchos huéspedes, contestando el tabernero que pocos vienen dos veces, mientras Kane lo observaba fijamente, y tras comer, dijo el puritano que se retiraba a la cama argumentando que al dÃa siguiente retomarÃa su camino al despuntar el alba, y acto seguido el francés dijo lo mismo.
El posadero los guio por los pasillos de la posada portando una vela, hasta que se detuvo ante una puerta diciendo que debÃan dormir ahÃ, les dejó la vela, y se marchó por donde habÃa venido. Se trataba de un cuarto con dos camastros, una mesa y algunas sillas, y tras algunos segundos Kane propuso trancar la puerta ya que no le agradaba el aspecto del posadero, y como no habÃa una, propuso romper la mesa y usar sus trozos como tranca. Acto seguido Kane le dijo al francés que su rostro le era familiar, “se habÃan topado cerca de aquella posada en el bosque y de antes no se conocÃan”, pero Gastón en lugar de contestar, le agradeció que aceptara dormir en el mismo cuarto con un extraño, mientras Kane le dijo que tenÃa el sueño ligero y que dormÃa con una pistola cargada y la espada a mano.
Tomaron la vela y salieron al corredor para explorar, y asumieron que no habÃa otros huéspedes. Exploraron las habitaciones contiguas no encontrando lo que buscaban, una tranca, hasta que finalmente llegaron a la última alcoba, en la cual corrieron el cerrojo y entraron a aquella sala donde no habÃa ventanas. Dijo Kane que especulaba habÃa muerto gente ahÃ, y oteando, detectaron una barra unida al muro, la probaron, y una sección del muro cedió dando a un cuarto secreto donde algo horrible yacÃa en el suelo, un esqueleto humano con una pierna encadenada al suelo. Gastón dijo que lo encadenaron allà y murió de inanición, pero Kane dijo que no porque su cráneo estaba partido, asà que especuló estaba muerto cuando lo encadenaron, y luego agregó que el posadero tenÃa un siniestro sentido del humor, asumiendo que bautizó su posada, “La Calavera Hendida”, en honor a aquel muerto. En ese momento el francés con su espada cortó la cadena, y luego con tono burlesco le dijo al esqueleto que al fin era libre de ir donde quisiese, ante lo cual el puritano le dijo que no es bueno burlarse de los muertos, a lo cual agregó Gastón que no lo regañara pues los muertos deben defenderse a sà mismos, y que en lo personal, él, matarÃa a quien lo matara.
Salieron del cuarto secreto, y Kane se volteó a cerrar la puerta pues el lugar le olÃa a brujerÃa, pero no alcanzó a hacerlo ya que la boca de una pistola se apretó en su cabeza en aquel momento. El puritano levantó sus manos mientras Gastón le quitó su espada y pistolas. Dando media vuelta y diciendo: “Gastón el Carnicero”. Ya sabÃa quién era, lo habÃa recordado, supo de sus fechorÃas hace algunos años. Gastón le dijo entonces que le pretendÃa robar mientras durmiera, pero mejor ahora. Mientras Kane atento estaba a su pistola esperando una vacilación para lanzarse sobre él, momento en que detrás del francés se cernió una oscura silueta, se escuchó un fuerte golpe, y el francés cayó derramando sus sesos en el suelo, y detrás de él la vela que no se apagó al caer alumbró al posadero empuñando un sable, quien rio. Y dijo: “Atrás”. Ya que Kane se hizo hacÃa adelante al caer Gastón. A lo cual obedeció retrocediendo el puritano, debido a que el posadero portaba una pistola cargada en su otra mano.
Percibió Kane algo inhumano en el posadero, además de ser un carnicero más mortÃfero que Gastón, mientras observaba como reÃa sin alegrÃa. “No soy tu enemigo”. Dijo Kane. “La humanidad es mi enemiga”. Dijo el posadero. Enseñándole las marcas en sus tobillos y muñecas de grilletes, agregando que también en su espalda tenÃa marcas del látigo, las cuales se las hicieron en años que yació en prisión por un crimen que no cometió. Kane guardó silencio, pues no era el primer hombre con el cerebro destrozado por los horrores de la prisión que conocÃa. “Pero hui”. Siguió el posadero. Y agregó: “Y desde entonces le hago la guerra a la humanidad desde acá”. Hubo un sonido extraño en ese momento, ante el cual el posadero riendo dijo que el hechicero entrechocaba sus huesos, quien moribundo juró que sus huesos lo vengarÃan, ante lo cual encadenó su cadáver, y desde entonces en las noches lo escucha moviéndose, buscando para matarlo, pero no puede pues está encadenado. Momento en que se detuvo y consultó: “¿Habló con vosotros?” Pregunta ante la cual Kane no contestó, pues lo que decÃa el posadero era una locura ya que los cadáveres no se reaniman, menos si en lugar de un cadáver se trata de unos simples huesos, asumiendo a su vez que los ruidos eran causados por ratas que hurguetean entre los huesos. El posadero se acercó a la puerta secreta entonces, diciendo que los huesos eran de un brujo venido de Rusia, pero que su brujerÃa no fue lo suficientemente poderosa para salvarse de él, agregando que tras matarlo dejarÃa su cadáver junto al del francés para que le hicieran compañÃa a los huesos del brujo, “estando en el umbral de la puerta secreta”, momento en que el posadero cayó hacia atrás al cuarto secreto desvaneciéndose en la oscuridad como si alguien lo hubiese jalado.
La vela se apagó por una brisa, y se escuchó entonces un espantoso grito desde la habitación secreta junto a un resonar de huesos, y luego hubo silencio. Kane encendió la vela, fue al cuarto secreto. Y dijo: “Esta noche dos juramentos se han cumplido”. SÃ, pues por un lado Gastón dijo que matarÃa a quien lo matara, lo cual concretó al cortar la cadena liberando esos huesos, cumpliendo de aquel modo también con la promesa del brujo, pues el posadero yacÃa muerto en el suelo con expresión de terrible espanto, y en su cuello roto estaban hundidos los huesos de la mano del esqueleto del brujo.
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