El Hombre de la Multitud
Edgar Allan Poe
Hace algún tiempo en un atardecer de otoño, se hallaba el narrador sentado en un café de Londres fumando y revisando el periódico. HabÃa pasado un tiempo convaleciente por una enfermedad que logró superar, asà que celebraba ese dÃa el haberse recuperado.
De repente la atención que mantenÃa depositada en el periódico y en los clientes sentados en otras mesas del café se fue desvaneciendo, hasta que esta se centró en mirar por el ventanal que tenÃa a su lado a la gente que pululaba por la avenida. Dejó el periódico de lado entonces, y comenzó a mirar a la multitud, pero… en lugar de ver una multitud en movimiento, él veÃa individuos, ya que de cada persona se fijaba en el detalle que la hacÃa particular… tanto fisionomÃas, como vestimentas, actitudes, y expresiones. Dándose cuenta que era capaz en pocos segundos de observación, identificar y clasificar cada uno de los perfiles de las personas, desde los más dignos representantes de la sociedad hasta los más miserables.
Pero de repente quedó desconcertado al ver a una de las personas, ya que se dio cuenta que no era capaz de clasificarla, pues su expresión, actitud, vestimenta, andar, y todos los detalles de dicha persona, no guardaban relación con ningún perfil que conociera. O dicho de otro modo, esa persona era distinta a todas las que en su vida habÃa visto. En consecuencia quedó obnubilado, y sólo entró en razón cuando esa persona se perdió de su vista, haciendo aquello que saliera rápido del café con intención de seguirlo para saber más sobre él, y una vez en la calle, al divisarlo, comenzó a caminar tras suyo. Era un hombre de entre sesenta y setenta años de edad aproximadamente, de baja estatura, delgado, de apariencia débil, y vestimentas sucias y harapientas como de vagabundo.
Durante casi media hora caminó detrás suyo por aquella avenida principal, cuando la niebla húmeda se convirtió en lluvia, pero el viejo, indiferente ante el agua, continuó caminando entre la multitud de paraguas, hasta que se desvió por una calle transversal, una bastante transitada, y él lo siguió hasta que llegaron a una plaza llena de pululantes ya que la lluvia habÃa cesado. El viejo recorrió la plaza de un lado a otro como un manÃaco, hasta que esta poco a poco fue quedando vacÃa. En ese momento el viejo viró veloz por una calle, y con una agilidad inusitada para alguien de su edad caminó hasta que llegaron a una feria compuesta por varias tiendas. Llevaba hasta ese momento más de una hora siguiéndolo, y por más de otra hora lo siguió por esa feria, donde entraba el viejo en cada tienda mezclándose entre las personas sin hablar con nadie y sin comprar nada, sólo caminando de un lado a otro con la mirada pérdida.
Luego cuando el comercio comenzó a cerrar, el viejo con una increÃble velocidad se metió por unas callejuelas, hasta que llegaron al punto donde habÃa comenzado la persecución, que era la avenida principal donde lo vio desde el ventanal del café, pero al contrario de cuando la persecución comenzó, en ese momento la avenida estaba casi vacÃa, ante lo cual el viejo desesperó, y sintió el narrador que dicha desesperación se debió a la falta de gente en la calle. El viejo entonces comenzó de nuevo a caminar veloz en dirección hacia el rÃo, hasta que llegaron a uno de los teatros más grandes de la ciudad, y al parecer la función habÃa terminado hace poco ya que la entrada estaba llena de gente despidiéndose y comentando la obra. El viejo se introdujo entre esa gente y comenzó a caminar de un lado a otro sin saludar ni hablar con nadie, hasta que luego de un tiempo la gente comenzó a caminar, y el viejo caminó entre ellos por el camino donde la mayor cantidad de personas iba, sin embargo en cada esquina la cantidad de personas disminuÃa debido a quienes doblaban por las calles laterales, y de ese modo cuando ya casi no quedaba gente por el camino principal, el viejo dobló y caminó rápido en dirección hacia la zona más peligrosa de la ciudad donde se dan cita vagabundos, delincuentes, y los peores exponentes de la sociedad en un sentido amplio. Y sin temor a ser asaltado, o algo peor, el narrador siguió al viejo por esos callejones… callejones donde se toparon con personas miserables que se escondÃan de dÃa, y como ratas dejaban sus guaridas para pulular como zombis en la noche. El viejo se dirigió a una taberna, la cual era refugio y punto de encuentro de bandas de bandidos, y esclavos del wiski, el ron, el vino, y la ginebra. La taberna estaba llena de borrachos con mirada perdida, de durmientes abrazados a una botella, y de otros que bebÃan con intención de llegar al estado de los primeros mencionados.
El viejo no saludó a nadie ni se sentó en ninguna mesa, tampoco bebió, y se dedicó sólo a recorrer la taberna de un lado a otro, hasta que los encargados del local comenzaron a echarlos a todos ya que iban a cerrar. Y al salir a la calle, el narrador se sorprendió pues estaba amaneciendo…
HabÃa pasado toda la noche siguiéndolo, y continuó haciéndolo durante todo el dÃa hasta que comenzó a llegar la segunda noche. En ese momento, sintiéndose agotado tras haberlo perseguido durante 24 horas, decidió abandonar la persecución, pero no sin antes enfrentarlo. Durante toda la persecución habÃa estado al lado o detrás del viejo, y en ese momento por primera vez se ubicó de frente, decidido a detenerlo y hablarle con motivo de comprender su secreto fuera cual fuese, sin embargo el viejo ni lo miró, lo esquivó con la mirada y pasó a su lado y siguió avanzando. El narrador se dio media vuelta entonces, y con la mirada lo siguió hasta que su silueta se perdió entre la multitud…
Quién era… ¿Un fantasma?, ¿Un demonio que camina infiltrado entre los humanos?, o, ¿El hombre más extraño de todo el mundo?
Entendió el narrador que no valÃa la pena continuar siguiéndolo, ya que no aprenderÃa nada más de él, pues simplemente era el hombre de la multitud, quien caminarÃa entre ella hasta que la multitud dejase de existir… ¿O tal vez no?

Publicar un comentario