Los Devoradores del Espacio
Parte I
Frank Belknap Long
¡El horror llegó a Partridgeville!, cayó desde el cielo en forma de niebla cubriéndolo todo. Esa noche no fue normal, algo extraño habÃa en el ambiente, ya que esa espesa y tupida niebla no parecÃa ser natural, al menos desde los parámetros climatológicos que la ciencia humana maneja.
Se encontraba aquella horrida noche el narrador de nombre Frank junto a un amigo de nombre Howard, compartiendo en una casa propiedad del narrador, discutiendo en relación a asuntos artÃsticos. Howard era escritor, y a opinión del narrador uno bastante bueno, a tal punto que lo consideraba a nivel de Edgar Allan Poe y Ambrose Bierce. Y sus obras trataban sobre personas anormales, bestias anormales, plantas anormales, y regiones anormales, y esas regiones eran de un nivel aceptable en comparación a las del maestro de los maestros Lord Dunsany. Y dentro de sus obras, en la revista local Partridgeville Gazette, dos eran las que más impacto y conmoción causaron entre la comunidad de lectores, llamados “La Casa del Gusano” y “Los Corruptores”.
En esas circunstancias comentaba Howard que la monotonÃa de lo convencional lo habÃa sobrepasado, ya que sus intereses en la actualidad iban más allá de los lÃmites racionales, a estadios como los que el señor Lovecraft define con el apelativo de innombrables. DecÃa que tenÃa la intención de escribir sobre entidades que acechan en dimensiones por encima de la nuestra, más allá de las estrellas y el universo, las cuales de pretenderlo podrÃan descender y cebarse con nosotros destruyéndonos corporal y espiritualmente, castigándonos de modos inimaginables. Y el problema de pretender aquello, es que, ¿Cómo escribir sobre eso?, de lo cual el entendimiento humano desconoce formas, tamaños, y colores. Agregando en un paralelo al suyo que es la literatura, en el estadio de la ciencia, que las matemáticas explican lo que existe por medio de la fÃsica, pero también las matemáticas explican cosas que su existencia es discutible, y en estricto rigor, una teorÃa, por medio de la fÃsica teórica. Por ejemplo la humanidad no es capaz de moverse a la velocidad de la luz, pero intuye teóricamente el cómo serÃa aquello por medio de las matemáticas… Volviendo al punto, lo que Howard pretendÃa era crear una obra donde se expongan cosas desconocidas, de formas, colores, y texturas, inexplicables por medio de la ciencia humana.
Interrumpió el dialogo en ese momento una visita que golpeó la puerta, y al abrir el narrador se asomó el bueno de Henry Wells, su vecino. Y después de recibir el narrador al recién llegado y presentárselo a Howard, comentó Wells que venÃa tenso y agitado, con intención de contar una extraña situación que acababa de vivir. Y lo que le sucedió a Wells, fue que venÃa cruzando el bosquecillo colindante en su carreta, extrañado de lo densa y espesa que era la niebla que esa noche envolvÃa la localidad, cuando le cayó algo sobre su cabeza tal vez desde la cima de alguno de los altos árboles. Era como una especie de gelatina esponjosa, la cual al agarrarla la apretó produciendo aquello que se le escurriera entre sus manos, y al salir del bosque al examinar la carreta, vio que no habÃa rastro de esa cosa extraña que cayó sobre su cabeza. Pero, hay algo más… y es que antes de salir del bosque, pese a lo espeso de la niebla, vio como un animal descendió por el tronco de un árbol. Era una criatura blancuzca, tenÃa la forma de un brazo humano pero muy delgado, la cual bajó rápido, y ya en el suelo se escondió en la parte opuesta del tronco del árbol desde el cual bajó, y asomó una parte de su cuerpo como oteando en busca de algo. Pero fueron tan rápidos los movimientos de la criatura que no pudo observarla bien, y sus acciones al llegar al suelo fueron tan intranquilizadoras, que en lugar de detener la carreta con motivo de comprender bien qué estaba sucediendo, no impidió que el caballo apresurara el paso. Y en ese momento, aquella criatura que no fue capaz de identificar como ningún animal conocido, salió del árbol en dirección hacia la carreta, desplazándose de un modo que no consiguió reconocer si era arrastrado o de otro modo, ante lo cual pese a que no estaba hecha la carreta para correr, dejó al caballo que corriera, pues mejor serÃa sufrir un accidente a que esa cosa lo alcanzara con quizás qué intenciones.
Ahora sÃ, volviendo donde habÃa quedado… Al salir del bosque no encontró rastro alguno de la cosa que cayó sobre su cabeza, momento en que se percató que algo en su frente le ardÃa de frÃo, como cuando te quemas por contacto prolongado de tu piel con un hielo. Y luego al llegar a su casa, fue al baño a mojarse la cabeza y limpiarse cualquier suciedad que tuviera, o lo que sea aquello que le causaba tanto dolor. Y una vez ahà al mirarse en el espejo, vio una horrenda herida en su cabeza, como una especie de, literalmente, agujero en su frente. Y es por esa razón que fue donde el narrador, para contar lo que le sucedió, y de ser posible pedir consejo sobre qué hacer ahora…
Se levantó Howard en ese momento indignado, increpando a Wells tratándolo de borracho y mentiroso. Es que ante el relato de Wells, el narrador quedó atónito, impávido, y Howard por su parte se asustó como nunca. Es que Howard, un escritor de relatos de horror y ávido lector de los grandes que han estado antes que él, estaba habituado y acostumbrado a enterarse de cosas desagradables, las cuales asimilaba con perspectiva. Pero en esa ocasión, el relato de Wells lo inquietó más que leer la más horrida obra de Lovecraft publicada en alguna Weird Tales. Asà que su indignación se debió a envidia, ya que Wells consiguió asústalo a él, quien en teorÃa no se asustaba con nada. En consecuencia después de tratarlo de borracho. Sentenció Howard diciendo: “¡Sà yo fuera capaz de escribir del mimo modo que tú mientes! ¡SerÃa más grande que Edgar Allan Poe!”

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