Desde el Más Allá
Howard Phillips Lovecraft
El mejor amigo del narrador se llamaba Crawford Tillinghast, un científico que se obsesionó con un experimento llevándolo su empeño a pasar los días trabajando en su casa con manía, causando esa situación que se dejara estar en sus cuidados personales, lo cual generó que su aspecto se deteriorara con notoriedad. Y sucedió al comentarle debido a aquel detalle al científico que debería trabajar menos y cuidarse más, este se molestó y rompió su amistad con él.
Pasaron dos meses y medio desde aquel suceso, hasta el día cuando se dirigió a la casa de su ex amigo, ya que de modo inesperado había recibido un mensaje suyo para que lo fuera a visitar con urgencia. Al llegar a esa casa, ubicada en la Calle Benevolent, fue recibido por el científico en plena oscuridad quien sólo se alumbraba con una débil vela. Le dijo Tillinghast que los criados se habían marchado hace tres días, y que lo había mandado a buscar para enseñarle su invento que al fin había terminado, así que lo condujo al ático. Y el invento, se trataba de una máquina que generaba unas ondas que estimulan la glándula pineal, haciendo ver a las personas cosas ocultas a la vista que según Tillinghast provienen desde el más allá.
Encendió Tillingast la máquina entonces, la cual estaba conectada a una batería que operaba mediante un proceso químico, lo cual no es electricidad en un sentido convencional. Comenzó a generar la maquina una especie de zumbido y a desprender una luminosidad indefinible, provocando esta que el ambiente poco a poco fuera cambiando integrándose elementos no de este mundo, primero sonidos y sensaciones que el narrador interpretó como viento, ante lo cual sacó su revolver y se preparó para lo peor. Y al principio, él no los vio, pero sintió que seres lo rozaban y pasaban a su lado, mientras Tillingast observaba atento hacia todos lados como si pudiera ver, debido a que sus sentidos sensoriales estaban más desarrollados que los suyos. Le dijo el científico en ese momento que debía permanecer inmóvil o se abalanzarían sobre él, ante lo cual el narrador se quedó quieto y en silencio, y poco a poco su glándula pineal comenzó a ser estimulada, hasta que al fin… también pudo ver.
Desde lugares insondables aparecían seres espectrales de aspecto repugnante y comportamiento intimidante, los cuales se movían de un lado a otro, a veces traspasando objetos sólidos y a veces traspasándose a sí mismos, y se movían con propósitos aparentemente malignos y perversos, y a veces hasta se atacaban entre ellos devorándose. En ese momento el científico le confesó que los criados no se marcharon, sino que habían sido desintegrados por aquellos seres de un modo inentendible para la razón, ya que él por medio de esa máquina había logrado hacer visible lo imperceptible a ojos humanos, y los atacaron porque una sirvienta encendió la luz y el espanto al ver a los seres del más allá los conllevó a gritar y correr. Le dijo también que esos seres siempre están ahí, rodeándonos y atravesándonos, pero que nosotros aparte de no poder verlos tampoco los podemos sentir, ya que pertenecemos a planos distintos a pesar de ocupar el mismo espacio en el universo. En otras palabras, esa máquina generaba una especie de fusión de planos, entre lo que la estupidez humana denomina realidad, y el más allá. Y que esos seres reclamaban tributos, que primero fueron los criados, y ahora le tocaba a él, y debido a eso lo había mandado a buscar, más que para enseñarle su invento, para vengarse por no haberle creído que fuese capaz de conseguirlo cuando estaba recién comenzando con sus empeños.
Pero todo se interrumpió en ese momento, cuando el narrador hizo un disparo, perdiendo el conocimiento tras aquello por el sobresalto. Y luego la experiencia terminó, cuando recuperó el conocimiento…
Al llegar los policías, encontraron al narrador inconsciente con el revolver en su mano y al científico muerto, pero no lo arrestaron ya que su disparo fue hacia la máquina provocando al romperla que los planos se volvieran a separar, y Crawford Tillinghast por su parte murió de apoplejía, debido a alguna razón que el narrador no es capaz de explicarse, y los cuerpos de los criados jamás fueron encontrados.
A raíz de esta sorprendente experiencia, termina confesando que quedó perturbado de por vida, temeroso del aire que lo rodea, y que se sentirá observado y acechado por el resto de sus días, debido a saber lo que le podrían hacer a la humanidad si nuestros planos se unieran, aquellos seres que provienen desde el más allá.

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