Resumen de La Hija del Gigante de Hielo de Robert Howard - Parte I

Resumen de La Hija del Gigante de Hielo

Parte I

Robert Howard


En una incursión de los vanires contra los aesires, hubo una batalla, la nieve se tiñó de rojo, y el Sol iluminaba las corazas y yelmos hendidos y destrozados de los caídos, el fragor de la batalla había cesado y los guerreros yacían sin vida en el campo, salvo dos que aún se mantenían en pie, pero no descansando, pues era uno de cada bando, por lo cual no habría descanso hasta que sólo uno de ellos se mantuviera en pie.

Los aesires eran rubios y los vanires colorines, y uno de los dos en pie, era colorín, pero el otro sobreviviente no era rubio sino su pelo era negro, ya que no se trataba de un aesir sino de un mercenario cimmerio que se unió a ellos.

Heimdul: “Dime tu nombre para que en Vanaheim sepan quién fue el último enemigo que cayó por mi espada en esta batalla”.

Conan: “No será en Vanaheim, sino en Valhalla, donde le dirás a tus ancestros que caíste ente la espada de Conan de Cimmeria”.

Tras ello lucharon sin cuartel, y Conan venció convirtiéndose en el único sobreviviente de la matanza. Y tras su victoria se alejó del campo de batalla, cuando se desplomó en la nieve por cansancio…

Recuperó la conciencia ante una risa femenina, alzó su mirada, y vio efectivamente a una mujer sólo cubierta por un ligero velo, de pies descalzos casi tan blancos como la nieve que pisaban, de cuerpo perfecto, femenino y muy atractivo. Y continuó la joven riendo, pero su risa no era alegre sino burlesca.

Conan: “¿Quién eres?, ¿Y de dónde vienes?

Ella: “Qué importa”.

Creyó Conan que era una vanir por sus risos colorines al principio, pero luego le pareció que eran rubios como de los aesires, y luego se dio cuenta que los colores de su pelo cambiaban de color con la luz del Sol y el reflejo en la nieve. Intentando entender aquello Conan comenzó a hablar en voz alta para sí, y sin pensarlo pasó a jurar por Ymir, el dios de los vanires y aesires, ante lo cual la joven le dijo que por ser un extranjero no tenía derecho a jurar por Ymir. Conan dijo que sí lo tenía, pues ese día había luchado por los aesires, y con su espada se había ganado aquel derecho por ser el único sobreviviente de la batalla, aunque, no todos sus camaradas habían caído en realidad, pues la tropa se había dividido y en la batalla recién librada sólo cayeron los de su grupo. Luego le preguntó dónde estaba su aldea, pues por su atuendo y pies descalzos debido al frío y la nieve no podía venir de muy lejos, así que le pidió lo llevara con los suyos.

Mi aldea está más allá de donde tú podrías llegar andando”. Respondió la joven balanceándose sobré él riendo y agitando su cabello. Y le preguntó: “¿Crees que soy hermosa?” Conan asintió, y acto seguido la joven le dijo que se levantara y la siguiera, ante lo cual Conan se levantó enfadado por las burlas y absorto de lujuria por la belleza de la joven, olvidándose del cansancio y los golpes y las heridas de la batalla.

La joven comenzó a correr entonces, y él la siguió obnubilado por su silueta hundiendo sus pies hasta los tobillos en la helada nieve, mientras ella corría ligera casi no dejando huellas como si flotara sobre la nieve. Ante la situación, juró Conan que si lo conducía a una trampa apilaría los cadáveres de sus parientes a sus pies, pero ella no contestó y siguió corriendo y riendo burlonamente. Fue casi una hora de persecución, durante la cual el paisaje pareció cambiar tornándose irreal, hasta que llegaron donde dos figuras gigantescas se alzaban en el camino las cuales parecían estatuas, con cotas de malla y yelmos y hachas de guerra con escarcha y hielo, y la nieve cubría sus barbas y cabellaras…



Resumen de Alberto Salgado.

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