Resumen de El Barril de Amontillado de Edgar Allan Poe

Resumen de El Barril de Amontillado

Edgar Allan Poe


El narrador quería vengarse de Fortunato por una injuria que lastimó su orgullo y honor, pero, quería que su venganza fuera secreta para salir impune de ella, por lo cual, como un buen sociópata procuró no demostrarle el odio negro que profesaba por él.


Y llevó a cabo su venganza, cuando una noche durante un carnaval, por medio de una artimaña se aseguró que todos los criados no estuvieran en su mansión… La Mansión Montresor. Así que con máscara y disfraz, fue al carnaval en busca de Fortunato.


Al encontrarlo en medio del carnaval, vio que estaba borracho y disfrazado de payaso, así que se acercó, y le mintió diciendo que le había llegado un barril de amontillado, argumentando que como él no era un buen catador de vinos temía que lo hubieran engañado, por lo cual le pidió el favor que fuera a comprobar si su barril era un verdadero amontillado o no. Y Fortunato aceptó ir, ya que su locución lo hizo desearlo mucho, al decirle que si no iba le pediría a otro amigo llamado Luchesí que fuera a catar el barril en su lugar.


Ya en la mansión, bajaron a las catacumbas donde se guardaban los barriles, las cuales eran grandes y tenían muchas salas con forma de mazmorras húmedas y frías, y criptas, donde descansaban los restos de los antepasados Montresor del narrador, y durante el camino iluminados por antorchas, le fue dando vino a Fortunato para que se emborracharse más hasta que llegaron a una cripta vacía. Y ahí, aprovechándose de lo ebrio que estaba su odiado enemigo, lo aprisionó con unas cadenas que estaban sujetas a la pared, y luego comenzó a sellar la entrada de la cripta construyendo una pared falsa con piedra, mortero, y argamasa. Y mientras Fortunato por lo borracho que estaba, no lograba darse cuenta que lo estaban emparedando vivo ya que creía que todo era una broma, el narrador cada poco se detenía para disfrutar del momento y burlarse de su víctima con irónicas respuestas a sus preguntas, y opacar con gritos los gritos de Fortunato que esporádicamente emitía en momentos que su influencia etílica se disipaba, y con frialdad absoluta, ya que en ningún momento sintió ningún atisbo de compasión ni lástima por él. Y al terminar la pared, supuso que Fortunato se había quedado dormido ya que dejó de escucharlo, así que se marchó satisfecho, asumiendo que su enemigo tendría un amargo despertar cuando el hechizo del vino acabara…



Este terrible relato lo escribe el narrador a modo de confesión, donde termina comentando que han pasado cincuenta años desde que emparedó vivo a Fortunato en las catacumbas, y que desde entonces, nunca más volvió a bajar a ese lugar.




Resumen de Alberto Salgado.

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